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Economía y Negocios, El Mercurio - 24 de diciembre de 2023

El plebiscito pasado y algo de Madame Bovary

' 'Comenzó con la administración de Bachelet II, nuestra Madame Bovary por excelencia, en nombre de cuyo programa, “Un Chile de Todos”, se partió con retroexcavadoras, se siguió con la representación parlamentaria de todas las sensibilidades políticas imaginables y se agregaron nuevas cargas regulatorias e impuestos. El así llamado “octubrismo”, excepción hecha de su dimensión netamente delincuencial, no fue sino una fase aumentada de Bovarismo”

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Los lectores quizá hayan leído Madame Bovary, considerada por algunos la mejor novela francesa del S. XIX. La historia, que Flaubert escribiera a partir de un caso real, cuenta la tragedia de la esposa de un médico de provincia que sueña con una vida romántica en los extramuros de su realidad social. Dominada por este imaginario, incurre en adulterio y arruina a su familia, solo para descubrir, finalmente, que la realidad defrauda por completo sus sueños. La desproporción entre la dicha soñada y la obtenida le resulta invivible. Se suicida.

Como ha señalado Julio Ramón Ribeyro, Flaubert supo expresar a través de un personaje una de las constantes de la naturaleza humana: el divorcio entre nuestra noción ideal del mundo y la realidad. Jules de Gaultier ha hablado del “Bovarismo”, que consistiría en volver las espaldas a la realidad, para confinarse en el mundo de la ilusión.

Llevado al plano social, el Bovarismo entraría en la categoría de los utopismos peligrosos: el malestar con la realidad nutre un sueño desmesurado que induce a la acción temeraria, una aventura à la Bovary, que destruye mucho de lo valioso que existe, solo para terminar de regreso en el malestar original, porque no hay realidad que satisfaga la quimera.

A nivel político, en determinadas épocas, el Bovarismo se toma a las izquierdas: el sueño de un mundo mejor —una inefable felicidad colectiva— que podría estar a la vuelta de la esquina, si tan solo nos atreviéramos a tomar unas cuantas medidas temerarias, normalmente involucrando más Estado.

Dicho Bovarismo nos viene acompañando hace ya una década. Comenzó con la administración de Bachelet II, nuestra Madame Bovary por excelencia, en nombre de cuyo programa, “Un Chile de Todos”, se partió con retroexcavadoras, se siguió con la representación parlamentaria de todas las sensibilidades políticas imaginables y se agregaron nuevas cargas regulatorias e impuestos. El así llamado “octubrismo”, excepción hecha de su dimensión netamente delincuencial, no fue sino una fase aumentada de Bovarismo. El remedio que se concibió para ello, construir una imposible “Casa de Todos” por medio de una Convención Constitucional, fue peculiar: el intento de curar el Bovarismo con más Bovarismo. Finalmente, el actual gobierno constituye un ejemplo casi paradigmático de una aventura à la Bovary: un programa pleno de sueños e ilusiones que a corto andar se da de bruces con la realidad.

Como en la novela de Flaubert, el contraste entre la dicha soñada y la obtenida ha sido enorme. Los cuatro años que nos gastamos intentando construir la “Casa de Todos” nos devolvieron al punto de partida. El decenio que iniciara Madame se caracterizó por un estancamiento absoluto de la inversión, cuyas consecuencias han sido de lamentar. Así, mientras entre 2010 y 2013 los salarios reales crecían a razón de 2,9% por año, en 2014-17, cuando se inicia el Bovarismo, dicha tasa bajaba a 1,8%, para finalmente hundirse a 0,7% durante 2019-23, en su fase aumentada.

¿Murió el Bovarismo con la ratificación de la Constitución existente? Hay buenas razones para el escepticismo.

El Bovarismo es un fenómeno humano: siempre habrá un grupo de la población dispuesto a la aventura irresponsable en aras de una ilusión. La pregunta es por qué ha cobrado tanto protagonismo en Chile, y por ya una década.

La respuesta está en los incentivos de los políticos, que responden a las reglas existentes. El antiguo sistema binominal, parte del diseño de la Constitución de 1980 —o de 2005, si se quiere—, inducía a la conformación de grandes coaliciones. Ello obligaba a formular los programas de gobierno teniendo a la vista al votante de centro, normalmente menos inclinado a las aventuras. El votante de centro se parece más a Charles, el marido de la Madame de Flaubert: es menos apasionado, pero con los pies más en la tierra. Con el término del binominal, ocurrido durante la segunda administración de la otra Madame, se abrió el espacio para la fragmentación partidaria y pudo encontrar entonces representación el Bovarismo que hemos conocido, la “nueva” izquierda representada por el Frente Amplio y sus parientes. Ella tironea a la antigua hacia posiciones más aventureras, porque amenaza su base de votantes. La dinámica conduce al abandono del centro político y a una mayor polarización que, combinada con la fragmentación partidaria, termina en ingobernabilidad, estancamiento económico y malestar.

El binominal era criticado por sus rasgos poco democráticos. Pero existen otros mecanismos que también incentivan a la conformación de grandes coaliciones. La propuesta constitucional rechazada el pasado domingo contenía elementos en esa línea. Estamos de regreso, entonces, no en la Constitución de 1980 ni en la de 2005, sino en otra, donde los incentivos conducen a la polarización y la ingobernabilidad. Agregue a ello los menores qurum para modificar la Constitución y tendrá los ingredientes perfectos para nuevas aventuras à la Bovary. Es cosa de tiempo.